viernes, 16 de mayo de 2008

Parte II Capítulo VIII

El carácter procesivo de la Contra-Revolución
y el “choque” contra-revolucionario


1. EXISTE UN PROCESO CONTRA-REVOLUCIONARIO

Es evidente que, tal como la Revolución, la Contra-Revolución es un proceso, y que por tanto se puede estudiar su marcha progresiva y metódica hacia el Orden.

Aun así, hay algunas características que hacen diferir profundamente esa marcha del caminar de la Revolución hacia el desorden integral. Esto proviene del hecho de que el dinamismo del bien y el del mal son radicalmente diversos.

2. ASPECTOS TÍPICOS DEL PROCESO REVOLUCIONARIO

A. En la marcha rápida
Cuando tratamos de las dos velocidades de la Revolución
[1], vimos que algunas almas se dejan captar por sus máximas en un solo lance y sacan de una vez todas las consecuencias del error.

B. En la marcha lenta
Y que hay otras que van aceptando lentamente y paso a paso las doctrinas revolucionarias. Muchas veces, inclusive, ese proceso se desarrolla con continuidad a través de las generaciones. Un “semicontra-revolucionario” muy opuesto a los paroxismos de la Revolución tiene un hijo menos adverso a éstos, un nieto indiferente y un bisnieto plenamente integrado en el flujo revolucionario. La razón de este hecho, como dijimos, está en que ciertas familias tienen en su mentalidad, en su subconsciente, en sus modos de sentir, un residuo de hábitos y fermentos contra-revolucionarios que las mantienen, en parte, ligadas al Orden. En ellas la corrupción revolucionaria no es tan dinámica y, por esto mismo, el error sólo puede progresar en su espíritu paso a paso y disfrazándose.

La misma lentitud de ritmo explica cómo muchas personas cambian enormemente de opinión en el transcurso de la vida. Cuando son adolescentes tienen, por ejemplo, respecto a las modas indecentes, una opinión severa, consonante con el ambiente en que viven. Más tarde, con la “evolución” de las costumbres en un sentido cada vez más relajado, esas personas se van adaptando a las sucesivas modas. Y, al final de la vida, aplauden trajes que en su juventud habrían reprobado enérgicamente. Llegaron a esa posición porque fueron caminando lenta e imperceptiblemente a través de las etapas matizadas de la Revolución. No tuvieron la perspicacia y la energía necesarias para notar hacia dónde estaba siendo conducida la Revolución que se realizaba en ellas y a su alrededor. Y, gradualmente, acabaron llegando tal vez tan lejos cuanto un revolucionario de su misma edad que en la adolescencia hubiese adoptado la primera velocidad. La verdad y el bien existen en esas almas en un estado de derrota, pero no tan derrotados que, ante un grave error y un grave mal, no puedan tener un sobresalto a veces victorioso y salvador que las haga percibir el fondo perverso de la Revolución y las lleve a una actitud categórica y sistemática contra todas sus manifestaciones. Es para evitar esos sanos sobresaltos de alma y esas cristalizaciones contrarrevolucionarias, que la Revolución anda paso a paso.

3. CÓMO DESTROZAR EL PROCESO REVOLUCIONARIO

Si es así como la Revolución conduce a la inmensa mayoría de sus víctimas, cabe preguntarse de qué modo puede una de ellas librarse de ese proceso; y si tal modo es distinto del que tienen que seguir, para convertirse a la Contra-Revolución, las personas arrastradas por la marcha revolucionaria de gran velocidad.

A. La variedad de las vías del Espíritu Santo
Nadie puede fijar límites a la inagotable variedad de las vías de Dios en las almas. Sería absurdo reducir a esquemas asunto tan complejo. No se puede, pues, en esta materia, ir más allá de la indicación de algunos errores a ser evitados y de algunas actitudes prudentes que proponer.

Toda conversión es fruto de la acción del Espíritu Santo que, hablando a cada cual según sus necesidades, ya sea con majestuosa severidad, sea con suavidad materna, sin embargo nunca miente.

B. No esconder nada
Así, en el itinerario del error hacia la verdad no existen para el alma los silencios traicioneros de la Revolución, ni sus metamorfosis fraudulentas. Nada se le oculta de lo que ella deba saber. La verdad y el bien le son enseñados integralmente por la Iglesia. No es escondiendo sistemáticamente a los hombres el último término de su formación, sino mostrándolo y haciéndolo siempre más deseado, que se obtiene de ellos el progreso en el bien.

La Contra-Revolución no debe, pues, disimular su carácter total. Debe hacer suyas las sapientísimas normas establecidas por San Pío X para el proceder habitual del verdadero apóstol: “No es leal ni digno ocultar, cubriéndola con una bandera equívoca, la calidad de católico, como si ésta fuese mercadería averiada y de contrabando” [2]. Los católicos no deben “ocultar como bajo un velo los preceptos más importantes del Evangelio, temerosos de ser tal vez menos oídos o hasta completamente abandonados” [3]. A lo que juiciosamente añadía el Santo Pontífice: “Sin duda, no será ajeno a la prudencia, también al proponer la verdad, usar de cierta contemporización, cuando se trate de esclarecer a los hombres hostiles a nuestras instituciones y completamente alejados de Dios. ‘Las heridas que es preciso cortar —dice San Gregorio— deben ser antes palpadas con mano delicada’. Pero esa misma habilidad asumiría el aspecto de prudencia carnal si se la erigiese en regla de conducta constante y corriente; tanto más que de ese modo parecería tenerse en poca cuenta la Gracia Divina, que no es concedida solamente al sacerdocio y a sus ministros, sino a todos los fieles de Cristo, a fin de que nuestras palabras y nuestros actos conmuevan las almas de esos hombres” [4].

C. El “choque” de las grandes conversiones
Censurando, como lo hicimos, el esquematismo en esta materia, nos parece, sin embargo, que la adhesión plena y consciente a la Revolución, como ésta se presenta en concreto, constituye un inmenso pecado, una apostasía radical, de la cual sólo por medio de una conversión igualmente radical se puede volver.

Ahora bien, según la Historia, parece que las grandes conversiones se dan la mayoría de las veces por un lance de alma fulminante, provocado por la gracia a propósito de cualquier hecho interno o externo. Ese lance difiere en cada caso, pero presenta con frecuencia ciertos rasgos comunes. Concretamente, la conversión del revolucionario a la Contra-Revolución, no pocas veces y en líneas generales, se obra así:

a. En el alma empedernida del pecador que, por un proceso de gran velocidad, llegó de un solo impulso al extremo de la Revolución, restan siempre recursos de inteligencia y sentido común, tendencias más o menos definidas hacia el bien. Dios, aun cuando no las prive jamás de la gracia suficiente, espera, no pocas veces, que esas almas lleguen a lo más profundo de la miseria, para hacerles ver de una sola vez, como en un fulgurante flash, la enormidad de sus errores y de sus pecados. Fue cuando el hijo pródigo descendió hasta el punto de querer alimentarse de las bellotas de los cerdos, que cayó en sí y volvió a la casa paterna [5].

b. En el alma tibia y miope que va resbalando lentamente en la rampa de la Revolución, actúan aún, no enteramente rechazados, ciertos fermentos sobrenaturales; hay valores de tradición, de orden, de Religión, que todavía crepitan como brasas bajo la ceniza. También esas almas pueden, por un sano sobresalto, en un momento de desgracia extrema, abrir los ojos y reavivar en un instante todo cuanto en ellas decaía y amenazaba morir: es el reencenderse de la mecha que aún humea [6].

D. La plausibilidad de ese “choque” en nuestros días
Ahora bien, toda la humanidad se encuentra en la inminencia de una catástrofe, y en esto parece estar precisamente la gran ocasión preparada por la misericordia de Dios. Unos y otros —los de la velocidad rápida o lenta— en este terrible crepúsculo en que vivimos, pueden abrir los ojos y convertirse a Dios.

El contra-revolucionario debe, pues, aprovechar celosamente el tremendo espectáculo de nuestras tinieblas para —sin demagogia, sin exageración, pero también sin debilidad— hacer comprender a los hijos de la Revolución el lenguaje de los hechos, y así producir en ellos el flash salvador. Señalar varonilmente los peligros de nuestra situación es rasgo esencial de una acción auténticamente contra-revolucionaria.

E. Mostrar la faz total de la Revolución
No se trata solamente de señalar el riesgo de la total desaparición de la civilización, en el que nos encontramos. Es preciso saber mostrar, en el caos que nos envuelve, la faz total de la Revolución, en su inmensa hediondez. Siempre que esta faz se revela, aparecen impulsos de vigorosa reacción.

Es por este motivo que, con ocasión de la Revolución Francesa, y en el transcurso del siglo XIX, hubo en Francia un movimiento contra-revolucionario mejor que todos los habidos anteriormente en aquel país. Nunca se había visto tan bien el rostro de la Revolución. La inmensidad de la vorágine en que había naufragado el antiguo orden de cosas había abierto muchos ojos, súbitamente, a toda una gama de verdades silenciadas o negadas, a lo largo de siglos, por la Revolución. Sobre todo, el espíritu de ésta se les había hecho patente en toda su malicia, y en todas sus conexiones profundas con ideas y hábitos durante mucho tiempo reputados inocentes por la mayoría de las personas. Así, el contra-revolucionario debe, con frecuencia, desenmascarar el aspecto general de la Revolución, a fin de exorcizar el maleficio que ésta ejerce sobre sus víctimas.

F. Señalar los aspectos metafísicos de la Contra-Revolución
La quintaesencia del espíritu revolucionario consiste, como vimos, en odiar por principio, en el plano metafísico, toda desigualdad y toda ley, especialmente la Ley Moral.

Uno de los puntos más importantes del trabajo contra-revolucionario es, pues, enseñar el amor a la desigualdad vista en el plano metafísico, al principio de autoridad, y también a la Ley Moral y a la pureza; porque exactamente el orgullo, la rebeldía y la impureza son los factores que más impulsan a los hombres por la senda de la Revolución [7].

G. Las dos etapas de la Contra-Revolución
■ a. Obtenida la radical modificación del revolucionario en contra-revolucionario, se completa en él la primera etapa de la Contra-Revolución.

■ b. Viene después una segunda etapa que puede ser bastante lenta, a lo largo de la cual el alma va ajustando todas sus ideas y todos sus modos de sentir a la posición tomada en el acto de su conversión.

■ c. Y es así que se puede delinear en muchas almas, en dos grandes etapas bien diversas, el proceso de la Contra-Revolución.

Describimos las etapas de este proceso en cuanto realizadas en un alma, individualmente considerada. Mutatis mutandis, ellas pueden ocurrir también en grandes grupos humanos, y hasta en pueblos enteros.

[1] Cfr. Parte I, Cap. VI, § 4.

[2] Carta al Conde Medolago Albani, Presidente de la Unión Económico-Social de Italia, del 22-XI-1909. Bonne Presse, París, vol. V, p. 76.

[3] Encíclica Jucunda Sane, del 12-III-1904. Bonne Presse, París, vol. 1, p. 158.

[4] Doc. cit., ibid.

[5] Cfr. Lc 15, 16-19.

[6] Cfr. Mt 12, 20.

[7] Cfr. Parte I, cap. VII, § 3.

No hay comentarios: