domingo, 11 de mayo de 2008

Postfacio de 1992

Con las palabras anteriores concluí las varias ediciones de Revolución y Contra-Revolución publicadas desde 1976. Al leer esas palabras, quien tiene en manos la presente edición, aparecida en 1992, se preguntará necesariamente en qué pie se encuentra hoy el proceso revolucionario. ¿Vive aún la III Revolución, después de los acontecimientos de agosto de 1991? [1] ¿O la caída del imperio soviético y el extremo aflojamiento de los vínculos federales en lo que resta de él, permiten afirmar que la IV Revolución ya está en vías de irrumpir en lo más profundo de la realidad política del Este europeo, o incluso que ya venció?

Es necesario distinguir. En los días actuales, las corrientes que propugnan la implantación de la IV Revolución se extendieron — aunque bajo formas diversas— al mundo entero y manifiestan más o menos por todas partes una sensible tendencia a aumentar de volumen.

En ese sentido, la IV Revolución va en un crescendo prometedor para quienes la desean y amenazador para los que se baten contra ella. Pero habría evidente exageración en decir que el orden de cosas actualmente existente en la ex URSS ya es totalmente modelado según la IV Revolución y que allí nada más resta de la III Revolución.

La IV Revolución, si bien incluye también el aspecto político, es una revolución que a sí misma se califica de “cultural”, o sea, que abarca grosso modo todos los aspectos del existir humano. Así, los entrechoques políticos que vengan a surgir entre las naciones que componían la URSS podrán condicionar fuertemente a la IV Revolución, pero es difícil que ellos se impongan de un modo dominante a los acontecimientos, esto es, a todo el conjunto de actos humanos que la revolución cultural comporta.

Pero, ¿y la opinión pública de los países que hasta ayer eran soviéticos (y que en buen número todavía son gobernados por antiguos comunistas)? ¿No tiene ella algo que decir sobre esto, ya que representó, según Revolución y Contra-Revolución, un papel tan grande en las Revoluciones anteriores?

La respuesta a esa pregunta se da por medio de otras: ¿Existe verdaderamente opinión pública en aquellos países? ¿Puede ella ser empeñada en un proceso revolucionario sistemático? En caso negativo, ¿cuál es el plan de los más altos dirigentes nacionales e internacionales del comunismo, acerca del rumbo que se debe dar a esa opinión?

Es difícil responder todas estas preguntas, dado que en este momento la opinión pública de lo que fue el mundo soviético se presenta evidentemente átona, amorfa, inmovilizada bajo el peso de 70 años de dictadura total, en la que cada individuo temía, en muchos ambientes, enunciar su opinión religiosa o política a su más próximo pariente o a su más íntimo amigo, porque una probable delación — velada u ostensible, verídica o calumniosa— podría lanzarlo a trabajos forzados sin fin, en las heladas estepas de Siberia. Sin embargo, en cualquier caso, es necesario responder estas preguntas antes de elaborar cualquier pronóstico sobre el curso de los acontecimientos en lo que fue el mundo soviético.

Agréguese a eso que los medios internacionales de comunicación continúan refiriéndose, como hemos dicho, a la eventual migración de hordas hambrientas, semi-civilizadas (lo que equivale a decir semi-bárbaras) a los bien abastecidos países europeos, que viven en el régimen consumista occidental.

¡Pobre gente, llena de hambre y vacía de ideas, que entonces entraría en choque con el mundo libre, sin comprenderlo; mundo éste que podría ser calificado, en ciertos aspectos, de super-civilizado y, en otros, de gangrenado!

¿Qué resultaría de este entrechoque, sea en la Europa invadida, sea, por reflejo, en el antiguo mundo soviético? ¿Una Revolución autogestionaria, cooperativista, estructural-tribalista [2], o directamente un mundo de anarquía total, de caos y de horror, que no vacilaríamos en calificar de V Revolución?
En el momento en que esta edición sale a luz es manifiestamente prematuro responder a tales preguntas. Pero el futuro se nos depara tan cargado de imprevistos, que mañana tal vez ya sea demasiado tarde para hacerlas. Pues ¿cuál sería la utilidad de los libros, de los pensadores, de lo que, en fin, reste de civilización en un mundo tribal, en el que estuviesen desatados todos los huracanes de las pasiones humanas desordenadas y todos los delirios de los “misticismos” estructuralistas-tribalistas? Trágica situación ésa, en la cual nadie sería ninguna cosa, bajo el imperio de la Nada...

* * *

Gorbachov continúa en Moscú. Y ahí permanecerá por lo menos mientras no se decida a aceptar las invitaciones altamente promocionales que se apresuraron a hacerle, poco después de su caída, los rectores de las prestigiosas universidades de Harvard, Stanford y Boston [3]. Esto, si no prefiriera el regio hospedaje ofrecido por Juan Carlos I, Rey de España, en el célebre palacio de Lanzarote, en las Islas Canarias [4] o la cátedra a la que fuera convidado por el famoso Collège de France [5].
Derrotado en Oriente, el ex líder comunista parece tener sólo el embarazo de escoger entre las más lisonjeras invitaciones en Occidente. Hasta el momento, sólo se decidió por escribir una serie de artículos para una cadena de diarios del mundo capitalista, mundo éste en cuyas altas esferas continúa encontrando apoyos tan fervorosos como inexplicables. Y a hacer un viaje a los Estados Unidos cercado de gran aparato publicitario, a fin de conseguir fondos para la llamada Fundación Gorbachov.

Así, mientras Gorbachov está en la penumbra en su propia patria —e, incluso en Occidente, su papel viene siendo seriamente cuestionado— magnates de Occidente se empeñan de diversos modos en mantener las luces de una lisonjera publicidad enfocadas sobre el hombre de la perestroika, quien, sin embargo, insistió durante toda su carrera política en mostrar que esa reforma por él propuesta no es lo contrario del comunismo, sino un requinte de éste [6].
En cuanto a la floja federación soviética que agonizaba cuando Gorbachov fue arrojado del Poder, acabó por transformarse en una casi imaginaria “Comunidad de Estados Independientes”, entre cuyos componentes se vienen produciendo serias fricciones, las cuales causan preocupación a hombres públicos y a analistas políticos. Tanto más que varias de esas repúblicas o republiquetas poseen armamentos atómicos, y pueden lanzarlos, unas contra las otras (o contra los adversarios del Islam, cuya influencia en el mundo ex soviético crece día a día), causando vivas aprensiones a quienes se preocupan con el equilibrio planetario.

Los efectos de esas eventuales agresiones atómicas pueden ser múltiples. Entre ellos, principalmente, el éxodo de poblaciones contenidas otrora por lo que fue la Cortina de Hierro, las cuales, apremiadas por los rigores de un invierno habitualmente inclemente y por los riesgos de catástrofes inmensas, pueden sentir redoblados impulsos para “pedir” la hospitalidad de Europa occidental. Y no sólo de ella, sino también de naciones del continente americano...

Al encuentro de esas perspectivas, en el Brasil, el Sr. Lionel Brizola, Gobernador del Estado de Río de Janeiro, con aplauso del Ministro de Agricultura del gobierno federal, propuso atraer labradores del Este europeo dentro de los programas oficiales de reforma agraria [7]. En seguida el Presidente de Argentina, Carlos Menem, en contactos con la Comunidad Económica Europea, se manifestó dispuesto a que su país acoja muchos miles de esos inmigrantes [8]. Y poco después, la titular de la Cancillería colombiana, Sra. Nohemí Sanín, expresó que el gobierno de su país estudia la admisión de técnicos provenientes del Este [9]. Hasta estos extremos pueden llegar las oleadas de las invasiones.

¿Y el comunismo? ¿Qué ha sido de él? La fuerte impresión de que éste hubiera muerto se apoderó de la mayor parte de la opinión pública de Occidente, deslumbrada ante la perspectiva de una paz universal de duración indeterminada. O quizá de una duración perenne, con la consecuente desaparición del terrible fantasma de la hecatombe nuclear mundial.

Sin embargo, esta “luna de miel” de Occidente con su supuesto paraíso de distensión y de paz, viene perdiendo gradualmente su brillo.

En efecto, nos hemos referido poco más arriba al peligro de agresiones de todo orden, que relampaguea en los territorios de la finada URSS. Nos cabe preguntar si el comunismo murió. Al comienzo, las voces que ponían en duda la autenticidad de la muerte del comunismo fueron escasas, aisladas y pobres en fundamentos.

No obstante, poco a poco, de aquí o allá, fueron apareciendo sombras en el horizonte. En naciones de Europa central y de los Balcanes, como del propio territorio de la ex URSS, se fue notando que, en algunos casos, los nuevos dueños del Poder eran figuras de destaque de los partidos comunistas locales. Excepto en Alemania Oriental, el recorrido hacia la privatización, en la mayoría de las veces, se viene haciendo a pasos de tortuga, lentos y sin rumbo enteramente definido.

O sea, ¿puede decirse que en esos países el comunismo murió? ¿O que entró simplemente en un complicado proceso de metamorfosis? Las dudas a este respecto vienen creciendo, mientras los últimos ecos de la alegría universal por la supuesta caída del comunismo se van apagando discretamente.

En cuanto a los partidos comunistas existentes en Occidente, éstos se marchitaron de modo evidente, al estampido de los primeros derrumbes en la URSS. Pero ya hoy varios de ellos comienzan a reorganizarse con rótulos nuevos. ¿Es este cambio de rótulo una resurrección? ¿Una metamorfosis? Me inclino de preferencia por esta última hipótesis. Certezas, sólo el futuro podrá darlas.

Esta actualización del cuadro general en función del cual el mundo va tomando posición, me pareció indispensable como tentativa de poner un poco de claridad y de orden en un horizonte en cuyos cuadrantes lo que crece principalmente es el caos. ¿Cuál es el rumbo espontáneo del caos sino una indescifrable acentuación de sí mismo?

En medio de ese caos, sólo algo no variará. Es, en mi corazón y en mis labios, como en el de todos los que ven y piensan conmigo, la oración transcrita poco más arriba: “Ad Te levavi óculos meos, quae habitas en Coelis. Ecce sicut oculi servorum in manibus dominorum suorum. Sicut oculi ancillae in manibus dominae suae; ita oculi nostri ad Dominam Matrem nostram donec misereatur nostri”. Es la afirmación de la invariable confianza del alma católica, arrodillada, pero firme, en medio de la convulsión general.

Firme con toda la firmeza de los que, en medio de la borrasca, y con una fuerza de alma mayor que ésta, continuaren a afirmar de lo más hondo del corazón: “Credo in unam Sanctam, Catholicam et Apostolicam Ecclesiam”, o sea, “Creo en la Iglesia Católica, Apostólica y Romana contra la cual, según la promesa hecha a Pedro, las puertas del infierno no prevalecerán”.


[1] Cfr. Parte III, Cap. II, agregado al § 1, B.

[2] Cfr. Comentario de 1992 agregado a la Parte III, Capítulo II, § 1-B, bajo el título: Perestroika y glasnost: ¿Desmantelamiento de la III Revolución, o metamorfosis del comunismo?

[3] Cfr. “Folha de S. Paulo”, 21-12-1991.

[4] Cfr. “O Estado de S. Paulo”, 11-1-1992.

[5] Cfr. “Le Figaro”, París, 12-3-92.

[6] Cfr. Comentario de 1992 agregado a la Parte III, Cap. II, § 1-B, bajo el título: “Perestroika y glasnost: ¿Desmantelamiento de la III Revolución, o metamorfosis del comunismo?”

[7] Cfr. “Jornal da Tarde”, San Pablo, 27-12-1991.

[8] Cfr. “Ámbito Financiero”, Buenos Aires, 19-2-1992.

[9] Cfr. “El Tiempo”, Bogotá, 22-2-1992.

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