viernes, 16 de mayo de 2008

Parte II - Capítulo X

La Contra-Revolución, el pecado y la Redención

1. LA CONTRA-REVOLUCIÓN DEBE REAVIVAR LA NOCIÓN DEL BIEN Y DEL MAL

La Contra-Revolución tiene, como una de sus misiones más salientes, la de restablecer o reavivar la distinción entre el bien y el mal, la noción del pecado en tesis, del pecado original y del pecado actual. Esa tarea, cuando es ejecutada con una profunda compenetración del espíritu de la Iglesia, no trae consigo el riesgo de desesperar de la Misericordia Divina, hipocondrismo, misantropía, etc., de que tanto hablan ciertos autores más o menos infiltrados por las máximas de la Revolución.


2. CÓMO REAVIVAR LA NOCIÓN DEL BIEN Y DEL MAL

Se puede reavivar la noción del bien y del mal de varios modos, entre los cuales:

* Evitar todas las formulaciones que tengan sabor de moral laica o interconfesional, pues el laicismo y el interconfesionalismo conducen, lógicamente, al amoralismo.

* Resaltar, en las ocasiones oportunas, que Dios tiene el derecho de ser obedecido, y que, por tanto, sus Mandamientos son verdaderas leyes, a las cuales nos conformamos en espíritu de obediencia, y no sólo porque ellas nos agradan.

* Acentuar que la Ley de Dios es intrínsecamente buena y conforme al orden del universo, en el cual se refleja la perfección del Creador. Por lo que debe no sólo ser obedecida, sino amada, y el mal no sólo debe ser evitado, sino odiado.

* Divulgar la noción de un premio y de un castigo post mortem.

* Favorecer las costumbres sociales y leyes en que el bien sea honrado y el mal sufra sanciones públicas.

* Favorecer las costumbres y las leyes que tiendan a evitar las ocasiones próximas de pecado e incluso aquello que, teniendo mera apariencia de mal, pueda ser nocivo a la moralidad pública.

* Insistir en los efectos del pecado original sobre el hombre y en la fragilidad de éste; en la fecundidad de la Redención de Nuestro Señor Jesucristo, así como en la necesidad de la gracia, de la oración y de la vigilancia para que el hombre persevere.

* Aprovechar todas las ocasiones para señalar la misión de la Iglesia como maestra de la virtud, fuente de la gracia y enemiga irreconciliable del error y del pecado.

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