domingo, 11 de mayo de 2008

Parte III - Capítulo III

La IV Revolución que nace


El panorama que así se presenta no sería completo si no nos refiriésemos a una transformación interna en la III Revolución. Es la IV Revolución que de ella va naciendo.

Naciendo, sí, a manera de refinamiento matricida. Cuando la II Revolución nació, requintó [1], venció y golpeó de muerte a la primera. Lo mismo ocurrió cuando, por proceso análogo, la III Revolución brotó de la segunda. Todo indica que ha llegado ahora para la III Revolución el momento, al mismo tiempo supremo y fatal, en que ella genera la IV Revolución y se expone a ser muerta por ésta.

En el choque entre la III Revolución y la Contra-Revolución, ¿habrá tiempo para que el proceso generador de la IV Revolución se desarrolle por entero? ¿Abrirá ésta última efectivamente una nueva etapa en la historia de la Revolución? ¿O será simplemente un fenómeno abortivo, que va surgiendo y desaparecerá, sin influencia capital en el choque entre la III Revolución y la Contra-Revolución? El mayor o menor espacio que se reserve para la IV Revolución naciente, en estas notas tan apresuradas y sumarias, estaría dependiendo de la respuesta a esa pregunta. Respuesta ésa que, por lo demás, sólo el futuro podrá dar de modo cabal.

No conviene tratar lo que es incierto como si tuviese una importancia cierta. Consagremos aquí, pues, un espacio muy limitado a lo que parece ser la IV Revolución.


1. LA IV REVOLUCIÓN “PROFETIZADA” POR LOS AUTORES
DE LA III REVOLUCIÓN


Como es bien sabido, ni Marx ni la generalidad de sus más notorios secuaces, tanto “ortodoxos” como “heterodoxos”, vieron en la dictadura del proletariado la etapa terminal del proceso revolucionario. Esta no es, según ellos, sino el aspecto más quintaesenciado y dinámico de la Revolución universal. Y, en la mitología evolucionista inherente al pensamiento de Marx y de sus seguidores, así como la evolución se desarrollará hasta el infinito con el correr de los siglos, así también la Revolución no tendrá término. De la I Revolución ya nacieron otras dos. La tercera, a su vez, generará una más. Y así sucesivamente...

Es imposible prever, dentro de la perspectiva marxista, cómo sería una Revolución número XX o número L. No es imposible, empero, prever cómo será la IV Revolución. Los propios marxistas ya hicieron esa previsión.

Ella deberá ser el derrocamiento de la dictadura del proletariado como consecuencia de una nueva crisis, por fuerza de la cual el Estado hipertrofiado será víctima de su propia hipertrofia. Y desaparecerá, dando origen a un estado de cosas cientificista y cooperativista, en el cual —dicen los comunistas— el hombre habrá alcanzado un grado de libertad, de igualdad y de fraternidad hasta aquí insospechable.


2. IV REVOLUCIÓN Y TRIBALISMO: UNA EVENTUALIDAD


¿Cómo? Es imposible no preguntarse si la sociedad tribal soñada por las actuales corrientes estructuralistas-tribalistas da una respuesta a esta indagación. El estructuralismo ve en la vida tribal una síntesis ilusoria entre el auge de la libertad individual y del colectivismo consentido, en la cual este último acaba por devorar la libertad. En tal colectivismo, los varios “yo” o las personas individuales, con su pensamiento, su voluntad, su sensibilidad y sus modos de ser, característicos y discrepantes, se funden y se disuelven, según ellos, en la personalidad colectiva de la tribu generadora de un pensar, de un querer, de un estilo de ser densamente comunes.

Evidentemente, el camino rumbo al estado de cosas tribal tiene que pasar por una extinción de los viejos cánones de reflexión, volición y sensibilidad individuales, gradualmente sustituidos por modos de pensamiento, deliberación y sensibilidad cada vez más colectivos. Es en este campo, por tanto, donde debe darse principalmente la transformación.

¿De qué forma? En las tribus, la cohesión entre los miembros está asegurada, sobre todo, por un pensar y sentir comunes, del cual derivan hábitos comunes y un querer común. En ellas, la razón individual queda circunscrita a casi nada, es decir, a los primeros y más elementales movimientos que su estado atrofiado le consiente. “Pensamiento salvaje” [2], pensamiento que no piensa y se vuelve sólo hacia lo concreto. Tal es el precio de la fusión colectivista tribal. Al hechicero le incumbe mantener, en un plano místico, esta vida psíquica colectiva, por medio de cultos totémicos cargados de “mensajes” confusos, pero “ricos” en fuegos fatuos o hasta en fulguraciones provenientes de los misteriosos mundos de la transpsicología o de la parapsicología. Por medio de la adquisición de esas “riquezas” el hombre compensaría la atrofia de la razón.

De la razón, sí, otrora hipertrofiada por el libre examen, por el cartesianismo, etc., divinizada por la Revolución Francesa, utilizada hasta el más exacerbado abuso en toda escuela de pensamiento comunista, y ahora, por fin, atrofiada y hecha esclava al servicio del totemismo transpsicológico y parapsicológico...


A. La IV Revolución y lo preternatural

“Omnes dii gentium daemonia” [3], dice la Escritura. En esta perspectiva estructuralista, en que la magia es presentada como forma de conocimiento, ¿hasta qué punto es dado a un católico divisar las fulguraciones engañosas, el cántico al mismo tiempo siniestro y atrayente, emoliente y delirante, ateo y fetichistamente crédulo con el que, desde el fondo de los abismos en que yace eternamente, el príncipe de las tinieblas atrae a los hombres que negaron a la Iglesia de Cristo?

Es una pregunta sobre la cual pueden y deben discutir los teólogos. Digo los teólogos verdaderos, o sea los pocos que aún creen en la existencia del demonio y del infierno. Especialmente los pocos, entre esos pocos, que tienen el coraje de enfrentar escarnios y persecuciones publicitarias, y de hablar.


B. Estructuralismo — Tendencias pre-tribales

Sea como fuere, en la medida en que se vea en el movimiento estructuralista una prefigura —más exacta o menos, pero en todo caso precursora de dicha Revolución—, determinados fenómenos afines con él, que se generalizaron en los últimos diez o veinte años, deben ser vistos, a su vez, como preparatorios y propulsores del propio ímpetu estructuralista.

Así, el desmoronamiento de las tradiciones indumentarias de Occidente, corroídas cada vez más por el nudismo, tiende obviamente hacia la aparición o consolidación de hábitos en los cuales se tolerará, como mucho, el cinturón de plumas de aves de ciertas tribus, alternado, donde el frío lo exija, con ropajes más o menos a la manera de los usados por los lapones.

La rápida desaparición de las fórmulas de cortesía sólo puede tener como punto final la simplicidad absoluta (para sólo emplear ese calificativo) del trato tribal.

La creciente ojeriza a todo cuanto es raciocinado, estructurado y metodizado sólo puede conducir, en sus últimos paroxismos, al perpetuo y fantasioso vagabundeo de la vida de las selvas, alternado, también él, con el desempeño instintivo y casi mecánico de algunas actividades absolutamente indispensables para la vida.

La aversión al esfuerzo intelectual, en especial a la abstracción, a teorizar, al pensamiento doctrinario, sólo puede inducir, en último análisis, a una hipertrofia del papel de los sentidos y de la imaginación, a esa “civilización de la imagen” acerca de la cual Pablo VI juzgó un deber advertir a la humanidad [4].

Son sintomáticos también los idílicos elogios, cada vez más frecuentes, a un tipo de revolución cultural generadora de una futura sociedad post-industrial, aún mal definida, y de la cual el comunismo chino sería —conforme a veces es presentado— un primer destello.


C. Una contribución sin pretensiones

Bien sabemos cuánto los cuadros panorámicos como éste, por su naturaleza vastos y sumarios, son pasibles de objeciones en muchos de sus aspectos.

Necesariamente abreviado por las limitaciones de espacio del presente capítulo, este cuadro ofrece su contribución sin pretensiones para las reflexiones de los espíritus dotados de aquella osada y peculiar finura de observación y de análisis que, en todas las épocas, proporciona a algunos hombres prever el día de mañana.


D. La oposición de los banales

Los otros harán, a ese propósito, lo que en todas las épocas hicieron los espíritus banales y sin osadía. Sonreirán y tacharán de imposibles tales transformaciones, porque éstas son propias a alterar sus hábitos mentales. Porque ellas son aberrantes al sentido común, y a los hombres banales el sentido común les parece la única vía habitual del acontecer histórico. Sonreirán incrédulos y optimistas ante esas perspectivas, como León X sonrió a propósito de la trivial “querella de frailes”, que fue lo único que consiguió discernir en la I Revolución naciente. O como el feneloniano Luis XVI sonrió ante las primeras efervescencias de la II Revolución, las cuales se le presentaban en espléndidos salones palaciegos, mecidas a veces al son argentino del clavicordio, o luciendo discretamente en los ambientes y en las escenas bucólicas a la manera del Hameau de su esposa. Como sonríen, aun hoy, optimistas, escépticos, ante los manejos del risueño comunismo post-staliniano, o las convulsiones que presagian la IV Revolución, muchos de los representantes —y hasta de los más altos— de la Iglesia y de la sociedad temporal en Occidente.

Si algún día la III o la IV Revolución dominaren la vida temporal de la humanidad, acolitadas en la esfera espiritual por el progresismo ecuménico, lo deberán más a la incuria y colaboración de estos risueños optimistas profetas del “sentido común” que a toda la saña de las huestes y de los servicios de propaganda revolucionarios. ¡Extraños profetas éstos, cuyas profecías consisten en afirmar invariablemente que “nada ocurrirá”!


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Comentario agregado por el autor en 1992:

La oposición de los “profetas del sentido común”

Esas varias formas de optimismo acabaron por contrastar de tal manera con los hechos que sobrevinieron a las anteriores ediciones de Revolución y Contra-Revolución que, para sobrevivir, los espíritus adeptos a ellas se refugiaron en la esperanza falaz y meramente hipotética de que los últimos acontecimientos en el Este europeo determinarán la desaparición definitiva del comunismo, y por tanto del proceso revolucionario del cual éste era, hasta hace poco, la punta de lanza. Sobre esas esperanzas, ver en esta edición los añadidos al comienzo del Capítulo II de esta III Parte.


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Continuación del texto de 1976

E. Tribalismo eclesiástico — Pentecostalismo

Hablemos de la esfera espiritual. Por cierto la IV Revolución también quiere reducirla al tribalismo. Y el modo de hacerlo ya se puede notar claramente en las corrientes de teólogos y canonistas que tienen en vista transformar la noble y ósea rigidez de la estructura eclesiástica, tal como Nuestro Señor Jesucristo la instituyó y veinte siglos de vida religiosa la modelaron magníficamente, en un tejido cartilaginoso, muelle y amorfo, de diócesis y parroquias sin circunscripciones territoriales definidas, de grupos religiosos en los que la firme autoridad canónica va siendo substituida gradualmente por el ascendiente de los “profetas” más o menos pentecostalistas, congéneres ellos mismos de los hechiceros del estructuralismo-tribalismo, con cuyas figuras acabarán por confundirse. Como también con la tribucélula estructuralista se confundirá, necesariamente, la parroquia o la diócesis progresista-pentecostalista.


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Comentario agregado por el autor en 1992:

La “desmonarquización” de las autoridades eclesiásticas

En esta perspectiva, que tiene algo de histórico y de conjetural, ciertas modificaciones de suyo ajenas a ese proceso podrían ser vistas como pasos de la transición del statu quo pre-conciliar al extremo opuesto aquí indicado.
Por ejemplo, la tendencia a la colegialización como el obligatorio modo de ser de todo poder dentro de la Iglesia y como expresión de cierta “desmonarquización” de la autoridad eclesiástica, la cual ipso facto quedaría, en cada grado, mucho más condicionada que antes al escalón inmediatamente inferior.

Todo esto, llevado a sus extremas consecuencias, podría tender a la instauración estable y universal, dentro de la Iglesia, del sufragio popular, que en otros tiempos fue adoptado a veces por la Iglesia para llenar ciertos cargos jerárquicos; y, en un último lance, podría alcanzar, en el cuadro soñado por los tribalistas, una indefendible dependencia de toda la Jerarquía con relación al laicado, presunto portavoz necesario de la voluntad de Dios.
De la “voluntad de Dios”, sí, que ese mismo laicado tribalista conocería a través de las revelaciones “místicas” de algún brujo, gurú pentecostalista o hechicero; de modo que, obedeciendo al laicado, la Jerarquía supuestamente cumpliría su misión de obedecer la voluntad del propio Dios.


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Continuación del texto de 1976

3. DEBER DE LOS CONTRA-REVOLUCIONARIOS FRENTE
A LA IV REVOLUCIÓN NACIENTE

Cuando la convergencia de incontables hechos sugiere hipótesis como la del nacimiento de la IV Revolución, ¿qué le resta hacer al contra-revolucionario?
En la perspectiva de Revolución y Contra-Revolución, le toca, ante todo, acentuar la importancia preponderante que le cabe a la Revolución en las tendencias, en el proceso generador de la IV Revolución y en el mundo nacido de ella
[5]. Y prepararse para luchar, no sólo con la intención de alertar a los hombres contra esta preponderancia de las tendencias —fundamentalmente subversiva del buen orden humano— que así se va incrementando, sino también a usar, en el plano tendencial, de todos los recursos legítimos y válidos para combatir esa misma Revolución en las tendencias. Le cabe también observar, analizar y prever los nuevos pasos del proceso, para ir oponiendo, lo antes posible, todos los obstáculos contra la suprema forma de guerra psicológica revolucionaria, que es la IV Revolución naciente.
Si la IV Revolución tuviese tiempo para desarrollarse antes que la III Revolución intente su gran aventura, tal vez la lucha contra ella exija la elaboración de un nuevo capítulo de Revolución y Contra-Revolución. Y tal vez ese capítulo ocupe por sí solo un volumen igual al consagrado aquí a las tres revoluciones anteriores.
En efecto, es propio de los procesos de decadencia complicarlo todo, casi hasta el infinito. Y por eso cada etapa de la Revolución es más complicada que la anterior, obligando a la Contra-Revolución a esfuerzos paralelamente más pormenorizados y complejos.


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Con esas perspectivas sobre la Revolución y la Contra-Revolución, y sobre el futuro del presente trabajo ante una y otra, concluimos las presentes consideraciones.
Inciertos, como todo el mundo, sobre el día de mañana, elevamos nuestros ojos en actitud de oración hasta el excelso trono de María, Reina del Universo. Y al mismo tiempo afloran a nuestros labios, adaptadas a Ella, las palabras del salmista dirigidas al Señor: “Ad te levavi oculos meos, quae habitas in coelis. Ecce sicut oculi servorum in manibus dominorum suorum. Sicut oculi ancillae in manibus dominae suae; ita oculi nostri ad Dominam Matrem nostram donec misereatur nostri”
[6].


[1] Cfr. Parte I, cap. VI, 3

[2] Cfr. CLAUDE LÉVY-STRAUSS, La pensée sauvage, Plon, París, 1969.

[3] “Todos los dioses de los gentiles son demonios”— Sal 95, 5.

[4] “Sabemos bien que el hombre moderno, saturado de discursos, se muestra muchas veces cansado de oír y, peor aún, como inmunizado contra la palabra. Conocemos también las opiniones de numerosos psicólogos y sociólogos que afirman que el hombre moderno ya ha transpuesto la civilización de la palabra, la cual se tornó prácticamente ineficaz e inútil; y que vive, hoy en día, en la civilización de la imagen” (cfr. Exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi, 8-XII-1975, Documentos Pontificios, Nº 188, Vozes, Petrópolis, 1984, 6ª ed., p. 30).

[5] Cfr. Parte I, cap. V, 1-3.

[6] “Levanté mis ojos hacia Ti, que habitas en los cielos. Helos como los ojos de los siervos, puestos en las manos de sus señores. Como los ojos del esclavo fijos en las manos de su Señora, así nuestros ojos están fijos en la Señora Madre Nuestra hasta que Ella tenga misericordia de nosotros” — Cfr. Sal 122, 1-2.

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