sábado, 17 de mayo de 2008

PRÓLOGO
a la edición peruana


“¡Este hombre supera de lejos su leyenda!”, comentaba maravillado un distinguido intelectual católico francés, después de sostener un coloquio con el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira.

Realidad que supera una leyenda... La luminosa trayectoria del autor de Revolución y Contra-Revolución atravesó casi de principio a fin el convulsionado siglo XX, marcándolo con el sello indeleble de su vida ejemplar, de la integridad de su fe católica, de la excepcional lucidez y coherencia de su pensamiento, y de la asombrosa valentía con que combatió todos y cada uno de los errores que, en el campo religioso como en el temporal, sucesivamente encandilaron a las multitudes del siglo pasado con el poder seductor de bestias del Apocalipsis.

Pero además, definiendo a Plinio Corrêa de Oliveira como un hombre superior a su leyenda, su interlocutor resumía la impresión que en todos producía la fuerza comunicativa de su virtud, transluciendo su íntima, profunda y constante unión con Dios.

Esta unión fue sin duda el secreto y la causa de su eficacia como hombre de acción; de ella deriva toda la gesta ideológica emprendida por Plinio Corrêa de Oliveira, que se corporifica en las asociaciones de defensa de la Tradición, Familia y Propiedad (TFPs) y entidades hermanas, hoy esparcidas por los cinco continentes, dando testimonio de la fecundidad apostólica de este gigante del catolicismo contemporáneo.

Un Cruzado del siglo XX

Plinio Corrêa de Oliveira nació en San Pablo, Brasil, el 13 de diciembre de 1908, de dos ilustres estirpes de su país. Su familia paterna, los Corrêa de Oliveira, pertenece a la clase de los Senhores de Engenho, la aristocracia rural del Estado de Pernambuco, en el Nordeste del país; en tanto que su familia del lado materno, los Ribeiro dos Santos, forman parte de los “paulistas de cuatrocientos años”, provenientes de los fundadores y primeros pobladores de la ciudad de San Pablo.

Después de los primeros años de formación bajo la solícita mirada de sus padres y la segura guía de una institutriz alemana, a la edad de 10 años Plinio Corrêa de Oliveira ingresa en el Colegio San Luis, regido por los PP. Jesuitas.

Muy pronto, colocado frente al contraste entre la atmósfera virtuosa, tradicional, aristocrática y serena del hogar paterno, con la cual siente una natural afinidad, y los trazos de creciente laxismo moral, vulgaridad, igualitarismo y frenesí de muchos de sus compañeros, el joven Plinio toma la precoz decisión de consagrar su vida a la defensa de la Iglesia y de la civilización cristiana.

Este empeño comienza a concretarse a los diecinueve años, en 1928, con su ingreso a las Congregaciones Marianas, de las cuales en poco tiempo será líder indiscutido. Fascinante orador y fecundo hombre de acción, Plinio Corrêa de Oliveira se convierte en el exponente más notorio del “Movimiento católico” (como era genéricamente llamado entonces en Brasil el conjunto de asociaciones de apostolado seglar), imprimiéndole un renovado vigor y una orientación decididamente tradicional y militante. Masivas manifestaciones públicas dan al movimiento católico una creciente presencia en la vida del país.

En el año 1929 funda la Acción Universitaria Católica (AUC), que se extiende a muchas escuelas superiores, rompiendo la hegemonía liberal-positivista que hasta entonces caracterizaba los ambientes académicos.

Poco después, en 1932, inspirándose en el ejemplo de la Féderation Nationale Catholique, fundada por el líder católico y héroe de guerra francés, general marqués Noel E. de Castelnau (1851-1944), Plinio Corrêa de Oliveira promueve la formación de la Liga Electoral Católica (LEC), que al año siguiente lo incluye en su lista de candidatos a diputado a la Asamblea Constituyente.

Elegido a los 24 años con una consagratoria votación —es el diputado más joven y el que recibe más votos en todo el país—, sus cualidades de liderazgo lo proyectan rápidamente como la figura más influyente del grupo parlamentario católico. Y al concluir la Asamblea, en el nuevo texto constitucional los católicos obtienen la inclusión, no sólo de las “Reivindicaciones Mínimas” de la LEC, sino también de su “Programa Máximo”, es decir de la totalidad de sus planteamientos.

Según el testimonio del ex ministro de Justicia y presidente de la Corte Suprema, Paulo Brossard, “la LEC fue la organización extra-partidista que mayor influencia política ha ejercido en la historia del Brasil” [1].

Esta feliz incursión de los católicos en la política, conducida por Plinio Corrêa de Oliveira, tuvo múltiples y profundas consecuencias.

Ante todo, sirvió de decisivo freno a la creciente amenaza socialista-comunista, que no pocos consideraban ineluctable, según el “espíritu del tiempo”. Oswaldo Aranha, titular de diversas carteras ministeriales entre 1930 y 1940, y presidente en 1947 de la Asamblea General de la ONU, llegó a decir: “Si los católicos no se hubiesen unido para intervenir en las elecciones de 1933, Brasil estaría hoy definitivamente desviado a la izquierda” [2].

Por otro lado, la consolidación de un robusto movimiento católico, de corte tradicional y militante, indujo a una notable disminución del tonus laicista en la vida pública brasileña, en una época en que, debido a la influencia del positivismo decimonónico, la práctica religiosa, sobre todo por parte de los hombres, era desdeñada como mojigatería. La elección de tantos diputados de la LEC y su éxito parlamentario reveló súbitamente la inmensa fuerza política de los católicos. Una fuerza que, en la intención de Plinio Corrêa de Oliveira, podría hacer factible la plena restauración de la civilización cristiana.


* * *


Al concluir su mandato parlamentario Plinio Corrêa de Oliveira asume la cátedra de Historia de la Civilización en la Facultad de Derecho de la Universidad de San Pablo, y más tarde, de Historia Moderna y Contemporánea en la Facultad Sedes Sapientiae y en la Facultad San Benito, ambas de la Pontificia Universidad Católica de San Pablo.

En 1933 es nombrado director del periódico “Legionario”, al que en poco tiempo convierte en el mayor semanario católico del país, con repercusión también internacional. Alrededor del periódico se forma un dinámico equipo familiarmente conocido como “Grupo del Legionario”, que da impulso a todo el movimiento católico. En Sudamérica y también en Europa se comienza a hablar del joven Plinio Corrêa de Oliveira como una esperanza para la causa católica.

En los años posteriores a la 1ª Guerra Mundial, cuando el comunismo emerge como una amenaza para la Cristiandad, la ausencia de corrientes políticas de signo genuinamente anticomunista en las cuales pudiesen militar induce a no pocos católicos a dejarse seducir por las doctrinas nazi-fascistas, que al ideal de restauración de la civilización cristiana sustituyen el culto del Estado.

En momentos en que el nazi-fascismo se convierte en una moda ante la cual tantos vacilan o claudican, Plinio Corrêa de Oliveira mantiene al “Legionario” en la genuina posición católica, radicalmente contraria al nazismo y al fascismo. Y denuncia las raíces ideológicas anticristianas comunes de ambos movimientos, de fondo gnóstico, igualitario y socialista, precisamente cuando hasta los mismos opositores del nazismo creen ver en éste un adversario del comunismo.

En 1942 la Autoridad eclesiástica confiere a Plinio Corrêa de Oliveira el honor de ser el orador principal del del IV Congreso Eucarístico Nacional, llevando el saludo oficial del Episcopado brasileño al representante del Presidente de la República, ante una multitud de más de medio millón de personas que corea entusiastamente su nombre. Su fama está entonces en el cenit.

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Mientras tanto despunta en el horizonte una nueva realidad: la Acción Católica. Promovida por Pío XI para posibilitar la “participación de los seglares en el apostolado jerárquico de la Iglesia”, según la definición entonces en uso, el movimiento se expande rápidamente en Europa como en América.

Nombrado en 1940 presidente de la Junta Arquidiocesana de la Acción Católica de San Pablo, Plinio Corrêa de Oliveira no tarda en notar, en ciertos sectores de este movimiento, una marcada influencia de la corriente igualitaria que revive los errores del Modernismo, condenado hacía ya treinta años por San Pío X. Dicha influencia procede sobre todo de Francia.

Alentados por pensadores como Maritain y Mounier, y por teólogos como los PP. Chenu y Lubac, los neo-modernistas se infiltran en algunas de las organizaciones de la Acción Católica, sirviéndose de éstas como vehículo para la difusión de sus errores, de los cuales nacerá más tarde la izquierda progresista.

Para cortar el paso a esta infiltración en el seno del laicado católico, en 1943 Plinio Corrêa de Oliveira publica su primer libro, En Defensa de la Acción Católica. En esta obra el autor denuncia en particular la existencia de un movimiento tendiente a disminuir gradualmente el principio de autoridad en la Iglesia. En el campo temporal, este movimiento se caracterizaba por el rechazo de las justas y proporcionadas desigualdades sociales, y por alentar la lucha de clases.

El libro fue honrado con un prólogo del entonces Nuncio Apóstolico en Brasil y después Cardenal, Mons. Benedetto Aloisi Masella. Veinte obispos, además del Provincial de la Compañía de Jesús, aplaudieron por escrito su publicación.

A pesar de estos relevantes apoyos, a los cuales se añade en 1949 una carta decisiva de aprobación al libro, escrita en nombre del Papa Pío XII por Mons. Montini –entonces sustituto de la Secretaría de Estado de la Santa Sede, y más tarde Papa él mismo con el nombre de Pablo VI–, es precisamente del ambiente católico de donde provienen las oposiciones más encendidas a las tesis expuestas en la obra.

Una terrible ola de calumnias se abate entonces sobre el grupo del “Legionario”. El número de parroquias que difunden el periódico cae drásticamente. Plinio Corrêa de Oliveira, hasta entonces orador muy solicitado, deja repentinamente de ser invitado a dar conferencias, y en 1945 pierde el cargo de presidente de la Acción Católica de San Pablo. Finalmente, su principal medio de propaganda, el “Legionario”, le es quitado en 1947. El ostracismo que se abate sobre él y su grupo es total.

Pero aunque las apariencias puedan inducir a una conclusión opuesta, el libro ha logrado plenamente su objetivo: el progresismo en Brasil queda definitivamente desenmascarado, y nunca más podrá camuflarse de auténtica piedad religiosa.

La Historia ha confirmado sucesivamente las proféticas advertencias de En Defensa de la Acción Católica. Baste recordar que la así llamada teología de la liberación surge en América en la década de 1960, precisamente en los ambientes de la Acción Católica, como desenlace directo de las tendencias denunciadas por su autor en el lejano 1943.

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Tras el expresivo elogio papal a su libro, el ostracismo comienza lentamente a romperse. En 1951, Plinio Corrêa de Oliveira promueve el lanzamiento de un nuevo periódico, “Catolicismo”, del cual fue el alma hasta su muerte, y que es hoy, por su impecable ortodoxia, la publicación mensual de orientación católica más calificada e influyente de Brasil. Tal como con el “Legionario”, en torno del nuevo periódico se agrupa una corriente de opinión que bien pronto se convierte en un polo del pensamiento nacional. Se configura así el “grupo de Catolicismo”, en el cual naturalmente encuentran su lugar todos los católicos que, en contraste con el curso cada vez más revolucionario de los acontecimientos, quieren oponerle una enérgica reacción. El estandarte de la restauración cristiana vuelve a desplegarse con altivez.

Reforzado por la polémica doctrinal con la izquierda tanto política como religiosa, “Catolicismo” se difunde por todo el territorio brasileño. Los encuentros del movimiento se multiplican, hasta reunir cientos de participantes. Entre los adherentes se cuentan personalidades ilustres como el Príncipe Don Pedro Enrique de Orleans y Braganza —a la sazón Jefe de la Casa Imperial de Brasil— y sus hijos y herederos, Don Luis y Don Bertrand. Comienza entonces la expansión internacional. Varias estadías en Europa —en 1950, 1952 y 1959— ofrecen a Plinio Corrêa de Oliveira la ocasión de trabar contacto con las corrientes del pensamiento católico tradicional del Viejo Continente, estableciendo vínculos de amistad y colaboración que perduran hasta hoy.

A fin de dar una mayor solidez doctrinal a la creciente floración de discípulos a ambos lados del Atlántico, en 1959 Plinio Corrêa de Oliveira escribe su obra magistral, Revolución y Contra-Revolución.

Esta publicación es saludada en Europa y América por eminentes personalidades, tanto de la Iglesia como del mundo político y académico. Entre ellos se destaca el entonces Decano del Sacro Colegio, Cardenal Eugène Tisserant, quien califica a Revolución y Contra-Revolución como obra “de la más alta importancia para los tiempos en que vivimos”, exalta su análisis “claro, preciso y veraz”, y se congratula con el autor por ese “magnífico trabajo”.

Por su parte el entonces Nuncio Apostólico en el Perú (y posteriormente en Italia), Mons. Romolo Carboni, afirma que el libro “me ha causado una magnífica impresión, tanto por la justeza y el acierto con que analiza el proceso de la Revolución (...) como por el vigor con que se señala la táctica y los métodos de lucha para superarla”.

Y el P. Anastasio Gutiérrez C. M. F., ex Decano de la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad de Letrán y miembro de la Comisión de Reforma del Código de Derecho Canónico, reputado como uno de los mayores canonistas del siglo XX, calificará a Revolución y Contra-Revolución como una “obra profética en el mejor sentido del término” y un “producto auténtico de la sapientia christiana”, afirmando incluso la necesidad de que su contenido sea “enseñado en los centros superiores de la Iglesia”.

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Para llevar a la práctica en gran escala la metodología de acción esbozada en Revolución y Contra-Revolución, al año siguiente de su publicación (1960) Plinio Corrêa de Oliveira funda la Sociedad Brasileña de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad (TFP).

Desde entonces, inspiradas en su pensamiento como en su acción pública y ejemplo de vida, paulatinamente van surgiendo otras TFPs y asociaciones afines, hoy presentes en más de 20 países de los 5 continentes. Es la más vasta red de asociaciones de seglares católicos consagradas a contrarrestar los errores revolucionarios, incluso los que corroen la esfera eclesiástica (en la medida en que afectan el campo temporal), por ejemplo el llamado progresismo o la teología de la liberación.

Plinio Corrêa de Oliveira se convierte así, desde la década de 1960, en un maître à penser contra-revolucionario a nivel mundial. En contraste con tantos intelectuales de su tiempo, él no permanece confinado en el ámbito del estudio, sino que se hace apóstol de las ideas que profesa, como católico coherente que busca encarnarlas y propagarlas por todos los medios a su alcance.

Hoy podemos decir que del Brasil a Australia, de Escocia a Sudáfrica, de Polonia al Perú, de Francia a las Filipinas, el sol no se pone sobre la obra de Plinio Corrêa de Oliveira.

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Identificada desde entonces con la historia de las TFPs, la vida del autor de Revolución y Contra-Revolución se desenvuelve en continua oposición a los errores revolucionarios. Sus intervenciones en los acontecimientos brasileños e internacionales son numerosas y significativas. Resaltemos dos de ellas.

En 1981 François Mitterrand es ungido Presidente de Francia. Su “socialismo autogestionario”, apoyado entre otras fuerzas por la llamada izquierda católica, es presentado por los mass media como una fórmula nueva y casi mágica para resolver la crisis del socialocomunismo declinante. La autogestión aparenta ser una fusión de los regímenes capitalista y socialista; pero en verdad constituye la fase extrema del comunismo, es decir la sovietización, al mismo tiempo tiránica y anarquizante, de toda la estructura de la sociedad y del Estado.

Esta realidad encubierta es denunciada por Plinio Corrêa de Oliveira a través del manifiesto El socialismo autogestionario frente al comunismo: ¿barrera, o cabeza de puente? Publicado en 155 diarios de 55 países, con tirada total de 33.500.000 ejemplares, este gigantesco lance publicitario constituye uno de los motivos, tal vez de los mayores, que llevan al descalabro el mito de la autogestión o “socialismo de rostro humano”. Así lo atestiguan editorialistas e historiadores de nota.

En 1990, Plinio Corrêa de Oliveira lanza a la TFP brasileña en la campaña “Pro Lituania Libre”, recibiendo de inmediato la adhesión de las demás TFPs. En tres meses se recogen en todo el mundo 5.218.520 firmas a favor de la independencia de Lituania. El Guiness Book of Records registra esta campaña como la mayor recolección de firmas de la Historia. Los analistas la consideran uno de los factores de influencia decisiva en el proceso de liberación de los países bálticos del yugo soviético, con la consecuente desintegración de la URSS.

Esta intensa actividad no se opone, sino que complementa la extraordinaria labor intelectual de Plinio Corrêa de Oliveira, caracterizada por la profundidad de su doctrina como por el excepcional acierto de sus análisis y previsiones. Dieciocho libros, más de 2.500 artículos de prensa, veinte mil conferencias o ponencias de estudio —cuya trascripción excede el millón de páginas—, atestiguan la sorprendente fecundidad del autor de Revolución y Contra-Revolución como pensador y estratega de opinión pública.

El último libro de Plinio Corrêa de Oliveira es Nobleza y elites tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII (1993). En esta obra el autor comenta las catorce alocuciones dirigidas por aquel gran Pontífice al Patriciado y a la Nobleza romana, con un llamado a preservar, en los países de tradición nobiliaria, las respectivas aristocracias. Pero también resalta la indispensable tarea que les cabe en los días actuales a las elites, tanto antiguas como las de origen reciente, en todos los sectores de la sociedad, subrayando el valor religioso y cultural de las tradiciones que encarnan, así como la insustituible misión que por derecho natural les compete en el conturbado mundo de hoy, para salvar el bien común espiritual y temporal.

Plinio Corrêa de Oliveira fallece en San Pablo el 3 de octubre de 1995, a los 87 años, confortado con los sacramentos de la Santa Iglesia y la bendición apostólica. Su cortejo fúnebre es acompañado por 5 mil personas venidas de todas partes del mundo, incluido el Perú, para tributar el último homenaje al inolvidable maestro.

Génesis de su pensamiento
Al considerar las ideas de Plinio Corrêa de Oliveira suele aflorar la pregunta: ¿en qué pensadores se inspiró para modelarlas? En algunos casos, sobretodo en Europa y Norteamérica, tal pregunta conduce a otra, aunque no siempre explícita: ¿cómo ha podido surgir y desarrollarse en Sudamérica una escuela ideológica contra-revolucionaria de proyección mundial?

Si bien el pensamiento de Plinio Corrêa de Oliveira, como él mismo lo afirma, se inscribe en la escuela intelectual contra-revolucionaria europea, debemos sin embargo consignar que él entró en conocimiento de esta corriente cuando ya el conjunto de sus convicciones estaba prácticamente formado. En otras palabras, él es un pensador enteramente original.

¿Cuál es entonces la génesis de sus ideas? Niño notablemente precoz —además de su lengua materna, hablaba el francés desde los cuatro años, y el alemán desde los siete—, él comienza a modelar su espíritu ya desde su primera infancia, al amparo de un ambiente familiar profundamente sereno, casto y aristocrático, con el cual siente natural afinidad. Sus reflexiones iniciales, que conforman la base estructural de su pensamiento, se remontan a esta tierna edad.

Observador perspicaz, tempranamente se habitúa a no perder nada de lo que le cae bajo los ojos. Pero no se contenta con observar: busca analizar, comprender, comparar, definir. En la matriz de su pensamiento encontramos, por tanto, una particular agudeza y claridad en discernir el bien y el mal, incluso en sus formas más atenuadas.

Connatural al acto cognitivo, hasta el punto de ser inseparable de éste, se revela en él un ardiente amor a todo lo que es verdadero, bueno, bello, perfecto, y un no menos ardiente rechazo de lo que es falso, errado, feo, defectivo.

Esta rectitud o inocencia del alma, nunca manchada por medios términos ni compromisos, es la matriz y el hilo conductor de todo su desarrollo intelectual y espiritual.

Nacido, como dijimos, en un ambiente aristocrático, Plinio Corrêa de Oliveira hace de Europa, y particularmente de Francia, un punto de referencia. Una larga estadía con su familia en el Viejo Continente, entre los años 1912-1913, lo aproxima de los esplendores de la Belle Époque. El brillante refinamiento de Francia, el esplendor militar de la Alemania imperial, las maravillas artísticas y la vivacidad de Italia, en suma, las riquezas de la civilización cristiana europea, fascinan al pequeño y vivaz viajero de cinco años de edad.

La visita al castillo de Versailles, y por tanto el contacto con el Ancien Régime, lo marcan profundamente. En la fastuosa morada del Rey Sol, Plinio Corrêa de Oliveira descubre un refinamiento, una elevación de estilo de vida, un modo de ser que lo extasían. Queda tan maravillado, que no quiere irse más; y para demostrarlo, con un gesto propio de su edad, se abraza con toda su fuerza a la rueda de un regio carruaje dorado...

Pero su ágil espíritu no se ciñe a deleitarse con las bellezas que se ofrecen a sus ojos. Comprende que todas esas bellezas reflejan perfecciones aún más elevadas, a cuya contemplación se abre con avidez. Este impulso hacia lo alto, hacia lo absoluto, hacia los modelos ideales, es otra característica de su pensamiento.

¿Y dónde encontrará el ápice de esas perfecciones ideales, hacia las cuales con tanta fuerza tiende?

A los seis años de edad, durante la Misa en la iglesia del Sagrado Corazón, mientras observa todo a su alrededor, toma forma en su espíritu, naturalmente, por asociación de imágenes, un cierto nexo entre aquel recinto sagrado y las personas allí presentes: los bellos vitrales, el majestuoso sonido del órgano, el fulgor sacral de la liturgia, la distinción señorial de los hombres, la exquisita dignidad de las señoras...

El niño percibe que hay un denominador común entre esas varias formas de belleza material y espiritual, dado por algo sobrenatural que de cierto modo las impregna y armoniza a todas. Su mirada se fija entonces sobre la imagen del Sagrado Corazón del altar mayor. Y en ese momento comprende que todas esas perfecciones son un reflejo del propio Dios. En el Sagrado Corazón discierne el arquetipo divino y humano de todo cuanto él ama. De su corazón brota entonces un acto de fe y de amor: “¡Ah, la santa Iglesia Católica Apostólica Romana! ¡Cómo Ella es perfecta! ¡Nada puede compararse a sus perfecciones!”.

En su precoz intelecto toman así forma precisa las dos grandes realidades en torno de las cuales se estructurarán sus ideas: la Iglesia de una parte, la Cristiandad de la otra; dos órdenes interdependientes y armónicos entre sí, constituyendo un todo iluminado por la fe católica, apostólica y romana. Este nexo será desde entonces el ideal de su pensamiento y de toda su vida.

Niño aún, en tiempos de la Primera Guerra Mundial, Plinio Corrêa de Oliveira comienza a leer atentamente libros y revistas de historia, particularmente la colección del Journal de l’Université des Annales. En ese contacto con el pasado se le abren nuevos horizontes. Retrocediendo en los siglos comienza a comprobar que la tan admirada Belle Époque no es sino un resto, pálido y desfigurado, del Antiguo Régimen, y que, éste a su vez, es apenas un débil eco del Medioevo cristiano.

La Edad Media le aparece, así, como la más alta realización histórica del ideal católico. Y comienza a comprender, en toda su profundidad, las palabras de León XIII sobre aquella “dulce primavera de la Fe” en la cual “la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados” [3].

Mientras tanto, en 1917 estalla en Rusia la revolución bolchevique. Sin conocer todavía la doctrina de los revolucionarios, Plinio Corrêa de Oliveira discierne en ellos, sin embargo, la acción de un espíritu de destrucción en todo semejante al de los jacobinos de 1789. En la clamorosa matanza de la familia imperial —cuyos macabros detalles hacen estremecer a la sociedad de San Pablo— siente aflorar el mismo odio anti-jerárquico que se había desatado contra Luis XVI y María Antonieta.

Comienza así a esbozarse en su espíritu la idea de un proceso histórico de destrucción por etapas del orden cristiano; idea que irá madurando hasta completarse, en sus trazos esenciales, en Revolución y Contra-Revolución.

Como hemos visto, en 1919 Plinio Corrêa de Oliveira ingresa al Colegio San Luis, y soporta entonces el choque frontal con el mundo moderno, que se acentuará pocos años después, ya adolescente, cuando comience a frecuentar la sociedad. No tarda en percibir que ese mundo es animado de un espíritu diametralmente opuesto al de la civilización cristiana: en lugar de la elevación de espíritu, del decoro, de las buenas maneras heredadas del pasado católico que caracterizan el hogar paterno, se ve inmerso en un ambiente donde irrumpen el democratismo igualitario, la vulgaridad soez, la inmoralidad desenfrenada.

No escapa a su observación analítica el funesto papel que le cabe, en la génesis de esta situación, a un nuevo modo de ser introducido especialmente por el cine de Hollywood, que paulatinamente va sustituyendo la tradicional influencia cultural europea. El jazz desplaza al vals, como éste había desplazado al minué... El culto a la espontaneidad sustituye las formas antiguas de respeto y cortesía; la búsqueda de sensaciones cada vez más intensas —la manía de la velocidad, o el apetito de cada vez mayores extravagancias, por ejemplo— introduce un factor de desequilibrio en las mentes, y en consecuencia en todo el actuar y el relacionarse humano.

Plinio Corrêa de Oliveira mide claramente la gravedad del cuadro que se presenta ante sus ojos. Y llega a la conclusión que el mundo se encuentra en los embates supremos de una lucha entre el Orden —representado por la Tradición cristiana— y el desorden que se esparce mediante un insidioso proceso que va corroyendo todo cuanto de verdadero, de bueno y de bello resta aún en el mundo. Ya sea en sus manifestaciones cruentas como el bolchevismo y el terror jacobino, ya sea risueñas, como en la música jazz y en el cine hollywoodiano, esta ofensiva apunta siempre al mismo fin: la destrucción del espíritu católico, de la civilización cristiana y, en último análisis, de la propia Iglesia.

Este curso de cosas, al cual más tarde designará con el nombre de Revolución, no es para él un proceso a ser observado y considerado “asépticamente”, tal como lo haría un filósofo de salón. La más elemental coherencia impone que, bajo pena de hacerse cómplice de la Revolución, el católico debe tomar posición contra ésta, oponerle una vigorosa acción contraria, o sea una Contra-Revolución. Esto se presenta para Plinio Corrêa de Oliveira como un imperativo moral.

Toma entonces —a la edad de 12 años, a las puertas de la adolescencia— una determinación para toda su vida:

“Suceda lo que me suceda, yo seré contra este mundo revolucionario. Este mundo y yo somos enemigos irreconciliables. Yo estaré a favor de la pureza, de la Iglesia, de la jerarquía; yo defenderé la compostura, la dignidad, el decoro... Incluso si debiera quedar como el último de los hombres, aplastado, triturado, destruido, ¡estos valores se identifican con mi vida!”.

Así, en esa temprana edad, tras haber establecido los primeros fundamentos de su pensamiento contra-revolucionario, Plinio Corrêa de Oliveira deja de lado todas las perspectivas de futuro brillante que se le abrían, y toma la firme decisión de consagrar enteramente su vida a la defensa de la Iglesia y la restauración de la Civilización Cristiana.

Esta determinación, él la resumirá posteriormente en palabras que trasuntan noble idealismo:

“Cuando era aún muy joven,
consideré con amor y veneración las ruinas de la Cristiandad;
a ellas entregué mi corazón,
di las espaldas a mi futuro,
e hice de aquel pasado cargado de bendiciones
mi porvenir”.

Desde aquel momento en adelante su vida de será la de un auténtico cruzado en el siglo XX, una personificación de las doctrinas que profesa.

* * *

En Revolución y Contra-Revolución, Plinio Corrêa de Oliveira traza el perfil moral del contra-revolucionario, definiendo como tal a quien:

* “Conoce la Revolución, el Orden y la Contra-Revolución en su espíritu, en sus doctrinas, en sus respectivos métodos;

* Ama la Contra-Revolución y el Orden cristiano, odia la Revolución y el ‘anti-orden’;

* Hace de ese amor y de este odio el eje en torno del cual gravitan todos sus ideales, sus preferencias y actividades” [4].

Estos atributos residieron por excelencia y plenamente en su persona. De ellos él fue, a lo largo de toda su vida, un paradigma íntegro e impar; y esa integridad de su militancia católica y contra-revolucionaria es el ejemplo que Plinio Corrêa de Oliveira deja al conturbado mundo contemporáneo. Un ejemplo recogido y perpetuado por sus discípulos, reunidos en las asociaciones de defensa de la Tradición, la Familia y la Propiedad —las TFPs y entidades afines, hoy esparcidas por todo el orbe—, y por todos aquellos que en número creciente adhieren a su ideal de restauración de la Civilización Cristiana.

* * *

Transcurre este año el décimo aniversario del fallecimiento del autor de Revolución y Contra-Revolución. La conmemoración es propicia para hacer realidad el proyecto, desde hace mucho anhelado, de publicar en el Perú el magistral ensayo, revisado y aumentado en 1992. No sólo como homenaje a la memoria de su inolvidable autor, sino también con una intención genuinamente apostólica.

En efecto, en los días de tenebrosa confusión en que vivimos, poner al alcance del público un análisis que clarifica el cuadro de la crisis presente —situándola con insuperable lucidez en un panorama de conjunto coherente y grandioso—, a la par que señala con acierto los principios de acción para afrontarla eficazmente, tiene un poderoso efecto ordenador de los espíritus y orientador hacia el bien. Y a ese título constituye un auténtico apostolado.

Por eso, al presentar la edición peruana de Revolución y Contra-Revolución, nos complacemos en ofrecer al lector esta obra desbordante de sabiduría y espíritu católico; y cumplimos también un deber de gratitud y justicia hacia su egregio autor, Plinio Corrêa de Oliveira, cuyo pensamiento resplandece cada vez más como una luz y una guía para los atribulados hombres de nuestra época.


Lima, 13 de mayo de 2005


Tradición y Acción
por un Perú Mayor

[1] “Jornal de Minas”, 3-7-87
[2] “Legionario”, 20-12-1936.
[3] Encíclica Immortale Dei, del 1-XI-1885; cfr. Parte I, Cap. VII, § 1, E.
[4] Cfr. Parte II, Cap. IV, § 1.

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