lunes, 12 de mayo de 2008

Parte II - Capítulo XII

La Iglesia y la Contra-Revolución

La Revolución nació, como vimos, de una explosión de pasiones desordenadas, que va conduciendo a la destrucción de toda la sociedad temporal, a la completa subversión del orden moral, a la negación de Dios. El gran blanco de la Revolución es, pues, la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, Maestra infalible de la verdad, tutora de la Ley Natural y, así, fundamento último del propio orden temporal.

Establecido esto, conviene estudiar la relación entre la Institución divina que la Revolución quiere destruir, y la Contra-Revolución.

1. LA IGLESIA ES ALGO MUCHO MÁS ALTO Y MÁS AMPLIO QUE LA REVOLUCIÓN Y LA CONTRA-REVOLUCIÓN

La Revolución y la Contra-Revolución son episodios importantísimos de la Historia de la Iglesia, pues constituyen el propio drama de la apostasía y de la conversión del Occidente cristiano. Pero, en fin, son meros episodios.

La misión de la Iglesia no se extiende sólo a Occidente, ni se circunscribe cronológicamente a la duración del proceso revolucionario. “Alios ego vidi ventos; alias prospexi animo procellas” [1], podría Ella decir ufana y tranquila en medio de las tormentas por las que hoy pasa. La Iglesia ya luchó en otras tierras, con adversarios oriundos de otros pueblos, y por cierto enfrentará todavía, hasta el fin de los tiempos, problemas y enemigos bien diversos de los de hoy.

Su objetivo consiste en ejercer su poder espiritual directo y su poder temporal indirecto, para la salvación de las almas. La Revolución fue un obstáculo que se levantó contra el ejercicio de esa misión. La lucha contra tal obstáculo concreto, entre tantos otros, no es para la Iglesia sino un medio circunscrito a las dimensiones del obstáculo; medio importantísimo, claro está, pero simple medio.

Así, aunque la Revolución no existiese, la Iglesia haría todo cuanto hace para la salvación de las almas.

Podremos elucidar el asunto si comparamos la posición de la Iglesia, frente a la Revolución y a la Contra-Revolución, con la de una nación en guerra.

Cuando Aníbal estaba a las puertas de Roma, fue necesario levantar y dirigir contra él todas las fuerzas de la República. Era una reacción vital contra el poderosísimo y casi victorioso adversario. ¿Era Roma sólo la reacción contra Aníbal? ¿Cómo pretenderlo?

Igualmente absurdo sería imaginar que la Iglesia es sólo la Contra-Revolución.

Por otra parte, corresponde aclarar que la Contra-Revolución no está destinada a salvar a la Esposa de Cristo. Apoyada en la promesa de su Fundador, Ésta no precisa de los hombres para sobrevivir.

Por el contrario, la Iglesia es quien da vida a la Contra-Revolución, la cual, sin Ella, no sería factible, ni siquiera concebible.

La Contra-Revolución quiere concurrir para que se salven tantas almas amenazadas por la Revolución y se alejen los cataclismos que amenazan a la sociedad temporal. Para esto debe apoyarse en la Iglesia, y humildemente servirla, en lugar de imaginar orgullosamente que la salva.

2. LA IGLESIA TIENE EL MAYOR INTERÉS EN EL APLASTAMIENTO DE LA REVOLUCIÓN

Si la Revolución existe, si ella es lo que es, está en la misión de la Iglesia, es del interés de la salvación de las almas, es capital para la mayor gloria de Dios que la Revolución sea aplastada.

3. LA IGLESIA ES, PUES, UNA FUERZA FUNDAMENTALMENTE CONTRA-REVOLUCIONARIA

Tomando el vocablo Revolución en el sentido que le damos, el epígrafe es la conclusión obvia de lo que arriba dijimos. Afirmar lo contrario sería decir que la Iglesia no cumple su misión.

4. LA IGLESIA ES LA MAYOR DE LAS FUERZAS CONTRA-REVOLUCIONARIAS

La primacía de la Iglesia entre las fuerzas contra-revolucionarias es obvia, si consideramos el número de los católicos, su unidad, su influencia en el mundo. Pero esta legítima consideración de recursos naturales tiene una importancia muy secundaria. La verdadera fuerza de la Iglesia está en ser el Cuerpo Místico de Nuestro Señor Jesucristo.

5. LA IGLESIA ES EL ALMA DE LA CONTRA-REVOLUCIÓN

Si la Contra-Revolución es la lucha para extinguir la Revolución y construir la Cristiandad nueva, toda resplandeciente de fe, de humilde espíritu jerárquico y de inmaculada pureza, es claro que esto se realizará sobre todo por una acción profunda en los corazones. Ahora bien, esta acción es obra propia de la Iglesia, que enseña la doctrina católica y la hace amar y practicar. La Iglesia es, pues, la propia alma de la Contra-Revolución.

6. LA EXALTACIÓN DE LA IGLESIA ES EL IDEAL DE LA CONTRA-REVOLUCIÓN

Proposición evidente. Si la Revolución es lo contrario de la Iglesia, es imposible odiar la Revolución (considerada en su globalidad y no en algún aspecto aislado) y combatirla, sin ipso facto tener por ideal la exaltación de la Iglesia.

7. EL ÁMBITO DE LA CONTRA-REVOLUCIÓN EXCEDE, DE ALGÚN MODO, AL DE LA IGLESIA

Por lo que quedó dicho, la acción contra-revolucionaria implica una reorganización de toda la sociedad temporal: “Hay todo un mundo que debe ser reconstruido desde sus fundamentos”, dijo Pío XII ante los escombros con que la Revolución cubrió la tierra entera [2].

Ahora bien, si de un lado esta tarea de una fundamental reorganización contra-revolucionaria de la sociedad temporal debe ser del todo inspirada por la doctrina de la Iglesia, por otro lado envuelve un sinnúmero de aspectos concretos y prácticos que están propiamente en el orden civil. Y a este título la Contra-Revolución trasborda el ámbito eclesiástico, aunque continúa siempre profundamente ligada a la Iglesia en lo que se refiere al Magisterio y a su poder indirecto.

8. SI TODO CATÓLICO DEBE SER CONTRA-REVOLUCIONARIO

En la medida en que el católico es apóstol, es contra-revolucionario. Pero puede serlo de modos diversos.

A. El contra-revolucionario implícito
Puede serlo implícita y, por así decirlo, inconscientemente. Es el caso de una Hermana de la Caridad en un hospital. Su acción directa tiene en vista la cura de los cuerpos y sobre todo el bien de las almas. Ella puede ejercer esta acción sin hablar de Revolución y Contra-Revolución. Puede inclusive vivir en condiciones tan especiales que ignore el fenómeno Revolución y Contra-Revolución. Sin embargo, en la medida en que realmente haga bien a las almas, estará obligando a retroceder en ellas la influencia de la Revolución, lo que implícitamente es hacer Contra-Revolución.

B. Modernidad de una explicitación contra-revolucionaria
En una época como la nuestra, toda inmersa en el fenómeno Revolución y Contra-Revolución, nos parece condición de sana modernidad conocerlo a fondo y tomar ante el mismo la actitud perspicaz y enérgica que las circunstancias piden.

Así, creemos sumamente deseable que todo apostolado actual, siempre que fuere el caso, tenga una intención y un tonus explícitamente contra-revolucionario.

En otros términos, juzgamos que el apóstol realmente moderno, cualquiera que sea el campo al que se dedique, aumentará mucho la eficacia de su trabajo si supiere discernir en él la Revolución, y marcar, como corresponde, con un cuño contra-revolucionario todo cuanto hiciere.

C. El contra-revolucionario explícito
No obstante, nadie negará que sea lícito que ciertas personas tomen como tarea propia desarrollar en los medios católicos y no católicos un apostolado específicamente contra-revolucionario. Esto lo harán proclamando la existencia de la Revolución, describiendo su espíritu, su método, sus doctrinas e incitando a todos a la acción contra-revolucionaria.

Haciéndolo, estarán poniendo sus actividades al servicio de un apostolado especializado, tan natural y meritorio (y por cierto más profundo) cuanto el de quienes se especializan en la lucha contra otros adversarios de la Iglesia, tales como el espiritismo o el protestantismo.

Ejercer influencia en los más variados medios católicos o no católicos a fin de alertar a los espíritus contra los males del protestantismo, por ejemplo, es ciertamente legítimo, y necesario para una acción antiprotestante inteligente y eficaz. Análogo procedimiento deberán tener los católicos que se entreguen al apostolado de la Contra-Revolución.

Los posibles excesos de ese apostolado —que los puede tener como otro cualquiera— no invalidan el principio que establecemos. Pues “abusus non tollit usum”.

D. Acción contra-revolucionaria que no constituye apostolado
Hay, en fin, contra-revolucionarios que no hacen apostolado en sentido estricto, pues se dedican a la lucha en ciertos campos como el de la acción específicamente cívico-partidista o del combate a la Revolución por medio de iniciativas económicas. Se trata, por lo demás, de actividades muy relevantes, que sólo pueden ser vistas con simpatía.

9. ACCIÓN CATÓLICA Y CONTRA-REVOLUCIÓN

Si empleamos la palabra Acción Católica en el sentido legítimo que le dio Pío XII, es decir, el conjunto de asociaciones que, bajo la dirección de la Jerarquía, colaboran con el apostolado de ésta, la Contra-Revolución en sus aspectos religiosos y morales es, a nuestro modo de ver, parte importantísima del programa de una Acción Católica sanamente moderna.

La acción contra-revolucionaria puede ser hecha, naturalmente, por una sola persona, o por la conjugación, a título privado, de varias. Y, con la debida aprobación eclesiástica, puede hasta culminar en la formación de una asociación religiosa especialmente destinada a la lucha contra la Revolución.

Es obvio que la acción contra-revolucionaria en el terreno estrictamente partidista o económico no forma parte de los fines de la Acción Católica.

10. LA CONTRA-REVOLUCIÓN Y LOS NO CATÓLICOS

¿Puede la Contra-Revolución aceptar la cooperación de no católicos? ¿Podemos hablar de contra-revolucionarios protestantes, musulmanes, etc.? La respuesta precisa ser muy matizada. Fuera de la Iglesia no existe auténtica Contra-Revolución [3]. Pero podemos admitir que, por ejemplo, determinados protestantes o musulmanes se encuentren en el estado de alma de quien comienza a percibir toda la malicia de la Revolución y a tomar posición contra ella. De personas así es de esperar que lleguen a oponer a la Revolución barreras a veces muy importantes: si correspondieren a la gracia, podrán volverse católicos excelentes y, por tanto, contra-revolucionarios eficientes. Mientras no lo fueren, en todo caso crean obstáculos en alguna medida a la Revolución y pueden hasta hacerla retroceder. En el sentido pleno y verdadero de la palabra, ellos no son contra-revolucionarios. Pero se puede y hasta se debe aprovechar su cooperación, con el cuidado que, según las directrices de la Iglesia, tal cooperación exige.

Particularmente deben ser tomados en cuenta por los católicos los peligros inherentes a las asociaciones interconfesionales, según sabiamente advirtió San Pío X: “En efecto, sin hablar de otros puntos, son incontestablemente graves los peligros a que, por causa de asociaciones de esta especie, los nuestros exponen o con certeza pueden exponer, sea la integridad de su fe, sea la justa obediencia a las leyes y preceptos de la Iglesia Católica” [4]. El mejor apostolado llamado “de conquista” debe tener por objeto esos no católicos de tendencias contra-revolucionarias.

[1] “Yo he visto otros vientos y afrontado otras tempestades” (CICERÓN, Familiares, 12, 25, 5).

[2] Exhortación a los fieles de Roma, 10-II-1952, Discorsi e Radiomessaggi, vol. XIII, p. 471.

[3] Cfr. § 5, supra.

[4] Encíclica Singulari Quadam, del 24-IX-1912. Bonne Presse, París, vol. II, p. 275.

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