viernes, 16 de mayo de 2008

Parte II - Capítulo VII

Obstáculos a la Contra-Revolución


1. ESCOLLOS A EVITAR ENTRE LOS CONTRA-REVOLUCIONARIOS

Los escollos que los contra-revolucionarios deben evitar radican, muchas veces, en ciertos malos hábitos de agentes de la Contra-Revolución.

En las reuniones o en los impresos contra-revolucionarios la temática debe ser cuidadosamente seleccionada. La Contra-Revolución debe mostrar siempre un aspecto ideológico, incluso cuando trata de cuestiones muy menudas y contingentes. Volverse, por ejemplo, sobre los problemas político-partidistas de la Historia reciente o de la actualidad puede ser útil. Pero dar excesivo realce a pequeñas cuestiones personales, hacer de la lucha con adversarios ideológicos locales lo principal de la acción contra-revolucionaria, presentar la Contra-Revolución como si fuese una simple nostalgia (no negamos, claro está, la legitimidad de esa nostalgia) o un mero deber de fidelidad personal, por más santo y justo que éste sea, es presentar lo particular como si fuese lo general, la parte como si fuera el todo, es mutilar la causa a la que se quiere servir.

2. LOS “SLOGANS” DE LA REVOLUCIÓN

Otras veces estos obstáculos consisten en slogans revolucionarios, no pocas veces aceptados como dogmas hasta en los mejores ambientes.

A. “La Contra-Revolución es estéril por ser anacrónica”
El más insistente y nocivo de esos slogans consiste en afirmar que en nuestra época la Contra-Revolución no puede prosperar porque es contraria al espíritu de los tiempos. La Historia, se dice, no vuelve atrás.

Según ese singular principio, la Religión Católica no existiría. Pues no se puede negar que el Evangelio era radicalmente contrario al medio en que Nuestro Señor Jesucristo y los Apóstoles lo predicaron. Y la España católica, germano-romana, tampoco existiría. Pues nada se parece más a una resurrección —y por tanto, de algún modo, a una vuelta al pasado— que la plena reconstitución de la grandeza cristiana de España, al cabo de los ocho siglos que van de Covadonga hasta la caída de Granada. El mismo Renacimiento, tan caro a los revolucionarios, fue, por lo menos bajo varios aspectos, la vuelta a un naturalismo cultural y artístico fosilizado hacía más de mil años.

La Historia, por tanto, comporta vaivenes, ya sea en las vías del bien, sea en las del mal.

Por lo demás, cuando se ve que la Revolución considera algo como coherente con el espíritu de los tiempos, es preciso circunspección.

Pues no pocas veces se trata de alguna antigualla de los tiempos paganos, que ella quiere restaurar.

¿Qué tienen de nuevo, por ejemplo, el divorcio o el nudismo, la tiranía o la demagogia, tan generalizados en el mundo antiguo?

¿Por qué será moderno el divorcista y anacrónico el defensor de la indisolubilidad?

El concepto de “moderno” para la Revolución se cifra en lo siguiente: es todo lo que dé libre curso al orgullo y al igualitarismo, así como a la sed de placeres y al liberalismo.

B. “La Contra-Revolución es estéril por ser esencialmente negativista”
Otro slogan: la Contra-Revolución se define por su propio nombre como algo negativo, y por tanto estéril. Simple juego de palabras. Pues el espíritu humano, partiendo del hecho de que la negación de la negación implica una afirmación, expresa de modo negativo muchos de sus conceptos más positivos: in-falibilidad, in-dependencia, innocencia, etc. ¿Sería negativismo luchar por cualquiera de esos tres objetivos, sólo por causa de la formulación negativa con que ellos se presentan? ¿Hizo obra negativista el Concilio Vaticano I, cuando definió la infalibilidad papal? ¿Es la Inmaculada Concepción una prerrogativa negativista de la Madre de Dios?

Si se entiende por negativista, de acuerdo con el lenguaje corriente, algo que insiste en negar, en atacar, y en tener los ojos continuamente vueltos hacia el adversario, se debe decir que la Contra-Revolución, sin ser sólo negación, tiene en su esencia algo fundamental y sanamente negativista. Constituye, como dijimos, un movimiento dirigido contra otro movimiento, y no se comprende que, en una lucha, un adversario no tenga los ojos puestos sobre el otro y no esté en una actitud de polémica con él, de ataque y contraataque.

C. “La argumentación contra-revolucionaria es polémica y nociva”
El tercer slogan consiste en censurar las obras intelectuales de los contra-revolucionarios, por su carácter negativista y polémico, que las llevaría a insistir demasiado en la refutación del error, en lugar de hacer la exposición límpida y despreocupada de la verdad. Ellas serían, así, contraproducentes, pues irritarían y apartarían al adversario.

Exceptuados los posibles excesos, ese cuño aparentemente negativista tiene una profunda razón de ser. Según lo que fue dicho en este trabajo, la doctrina de la Revolución estaba contenida en las negaciones de Lutero y de los primeros revolucionarios, pero sólo muy lentamente se fue haciendo explícita en el transcurso de los siglos. De manera que los autores contra-revolucionarios sintieron, desde el principio, y legítimamente, en todas las formulaciones revolucionarias, algo que excedía a la propia formulación. Hay mucho más para ser considerado en la mentalidad de la Revolución en cada etapa del proceso revolucionario, que simplemente la ideología enunciada en esa etapa.

Para hacer un trabajo profundo, eficiente y enteramente objetivo, es, pues, necesario acompañar paso a paso la marcha de la Revolución, en un penoso esfuerzo para explicitar las cosas implícitas en el proceso revolucionario. Sólo así es posible atacar a la Revolución como de hecho ella debe ser atacada. Todo esto ha obligado a los contra-revolucionarios a tener constantemente puestos los ojos en la Revolución, pensando y afirmando sus tesis en función de los errores de ella. En este duro trabajo intelectual, las doctrinas de verdad y de orden existentes en el depósito sagrado del Magisterio de la Iglesia son, para el contra-revolucionario, el tesoro del cual va sacando cosas nuevas y viejas [1] para refutar la Revolución, a medida que va viendo más a fondo en sus tenebrosos abismos.

Así, pues, en varios de sus más importantes aspectos, el trabajo contra-revolucionario es sanamente negativista y polémico. Es, por lo demás, por razones no muy diversas que, la mayoría de las veces, el Magisterio Eclesiástico va definiendo las verdades en función de las diversas herejías que van surgiendo a lo largo de la Historia, formulándolas como condenaciones de los errores que les son opuestos. Actuando así, la Iglesia nunca temió hacer mal a las almas.

3. ACTITUDES ERRADAS FRENTE A LOS “SLOGANS” DE LA REVOLUCIÓN

A. Hacer abstracción de los slogans revolucionarios
El esfuerzo contra-revolucionario no debe ser libresco, es decir, no puede contentarse con una dialéctica con la Revolución en el plano puramente científico y universitario. Reconociéndole a ese plano toda su gran y hasta grandísima importancia, el punto de mira habitual de la Contra-Revolución debe ser la Revolución tal cual es pensada, sentida y vivida por la opinión pública en su conjunto. En este sentido los contra-revolucionarios deben atribuir una importancia muy particular a la refutación de los slogans revolucionarios.

B. Eliminar los aspectos polémicos de la acción contra-revolucionaria
La idea de presentar la Contra-Revolución bajo una luz más “simpática” y “positiva”, haciendo que ella no ataque a la Revolución, es lo más tristemente eficiente que puede haber para empobrecerla de contenido y de dinamismo
[2].

Quien actuase según esa lamentable táctica mostraría la misma falta de sentido de un jefe de Estado que, frente a tropas enemigas que transponen la frontera, hiciese cesar toda resistencia armada, con la intención de cautivar la simpatía del invasor y, así, paralizarlo. En realidad, anularía el ímpetu de la reacción, sin detener al enemigo. Es decir, entregaría la patria...

Esto no quiere decir que el lenguaje del contra-revolucionario no sea matizado según las circunstancias.

El Divino Maestro, predicando en Judea, que estaba bajo la acción próxima de los pérfidos fariseos, usó un lenguaje candente. En Galilea, al contrario, donde predominaba el pueblo sencillo y era menor la influencia de los fariseos, su lenguaje tenía un tono más docente y menos polémico.

[1] Cfr. Mt 13, 52.

[2] Cf. Parte II, Cap. VII, § 3, B.

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