sábado, 17 de mayo de 2008

Parte II - Capítulo V

La táctica de la Contra-Revolución


La táctica de la Contra-Revolución puede ser considerada en personas, grupos o corrientes de opinión, en función de tres tipos de mentalidad: el contra-revolucionario actual, el contra-revolucionario potencial y el revolucionario.

1. CON RELACIÓN AL CONTRA-REVOLUCIONARIO ACTUAL

El contra-revolucionario actual es menos raro de lo que nos parece a primera vista. Posee una clara visión de las cosas, un amor fundamental a la coherencia y un ánimo fuerte. Por esto tiene una noción lúcida de los desórdenes del mundo contemporáneo y de las catástrofes que se acumulan en el horizonte. Pero su propia lucidez le hace percibir toda la extensión del aislamiento en que tan frecuentemente se encuentra, en un caos que le parece sin solución. Entonces el contra-revolucionario, muchas veces, se calla, abatido. Triste situación: “Vae soli”, dice la Escritura [1].

Una acción contra-revolucionaria debe tener en vista, ante todo, detectar a esos elementos, hacer que se conozcan, que se apoyen los unos a los otros para la profesión pública de sus convicciones. Ella puede realizarse de dos modos diversos:

A. Acción individual
Esta acción debe ser hecha ante todo en escala individual. Nada más eficiente que la toma de posición contra-revolucionaria franca y ufana de un joven universitario, de un oficial, de un profesor, de un sacerdote sobre todo, de un aristócrata o de un obrero influyente en su medio. La primera reacción que obtendrá será a veces de indignación. Pero si perseverare por un tiempo, que será más o menos largo según las circunstancias, verá, poco a poco, que aparecerán compañeros.

B. Acción en conjunto
Esos contactos individuales tienden, naturalmente, a suscitar en los diversos ambientes varios contra-revolucionarios que se unen en una familia de almas cuyas fuerzas se multiplican por el propio hecho de la unión.

2. CON RELACIÓN AL CONTRA-REVOLUCIONARIO POTENCIAL

Los contra-revolucionarios deben presentar la Revolución y la Contra-Revolución en todos sus aspectos: religioso, político, social, económico, cultural, artístico, etc. Pues los contra-revolucionarios potenciales las ven, en general, sólo por alguna faceta particular, y por ésta pueden y deben ser atraídos para la visión total de una y de otra. Un contra-revolucionario que argumentase solamente en un plano, el político, por ejemplo, limitaría mucho su campo de atracción, exponiendo su acción a la esterilidad, y, por tanto, a la decadencia y a la muerte.

3. CON RELACIÓN AL REVOLUCIONARIO

A. La iniciativa contra-revolucionaria
Frente a la Revolución y a la Contra-Revolución no hay neutrales. Puede haber, eso sí, no combatientes, cuya voluntad o cuyas veleidades están, sin embargo, conscientemente o no, en uno de los dos campos. Por revolucionarios entendemos, pues, no sólo a los partidarios integrales y declarados de la Revolución, sino también a los “semi-contra-revolucionarios”.

La Revolución ha progresado, como vimos, a costa de ocultar su dimensión total, su espíritu verdadero, sus fines últimos.

El medio más eficiente de refutarla frente a los revolucionarios consiste en mostrarla por entero, tanto en su espíritu y en las grandes líneas de su acción, como en cada una de sus manifestaciones o maniobras aparentemente inocentes e insignificantes. Arrancarle, así, los velos es asestarle el más duro de los golpes.

Por esta razón, el esfuerzo contra-revolucionario debe entregarse a esta tarea con el mayor empeño.

Secundariamente, claro está, los otros recursos de una buena dialéctica son indispensables para el éxito de una acción contra-revolucionaria.

Con el “semi-contra-revolucionario”, así como también con el revolucionario que tiene “coágulos” contra-revolucionarios, hay ciertas posibilidades de colaboración, y esta colaboración crea un problema especial: ¿hasta qué punto es prudente? A nuestro modo de ver, la lucha contra la Revolución sólo se desarrolla convenientemente vinculando entre sí a personas radical y enteramente exentas del virus de ésta. Que los grupos contra-revolucionarios puedan colaborar con elementos como los arriba mencionados, en algunos objetivos concretos, se concibe fácilmente. Pero admitir una colaboración omnímoda y estable con personas infectadas de cualquier influencia de la Revolución es la más flagrante de las imprudencias y la causa, tal vez, de la mayor parte de los fracasos contra-revolucionarios.

B. La contraofensiva revolucionaria
El revolucionario, por regla general, es petulante, locuaz y exhibicionista, cuando no tiene adversarios ante sí, o los tiene débiles. No obstante, si encuentra quien lo enfrente con ufanía y arrojo, se calla y organiza la campaña del silencio. Un silencio en medio del cual se percibe el discreto zumbar de la calumnia, o algún murmullo contra el “exceso de lógica” del adversario. Pero un silencio confuso y avergonzado que jamás es interrumpido por alguna réplica de valor. Ante ese silencio de confusión y derrota, podríamos decir al contra-revolucionario victorioso las espirituosas palabras escritas por Veuillot en otra ocasión: “Preguntad al silencio, y nada os responderá”
[2].

4. ELITES Y MASAS EN LA TÁCTICA CONTRA-REVOLUCIONARIA

La Contra-Revolución debe procurar, en lo posible, conquistar a las multitudes. Sin embargo, no debe hacer de eso, en el plano inmediato, su objetivo principal, y un contra-revolucionario no tiene razón para desanimarse por el hecho de que la gran mayoría de los hombres no esté actualmente de su lado. Un estudio exacto de la Historia nos muestra, en efecto, que no fueron las masas las que hicieron la Revolución. Ellas se movieron en un sentido revolucionario porque tuvieron por detrás elites revolucionarias. Si hubiesen tenido detrás de sí elites de orientación opuesta, probablemente se habrían movido en un sentido contrario. El factor masa, según muestra la visión objetiva de la Historia, es secundario; lo principal es la formación de las elites. Ahora bien, para esa formación, el contra-revolucionario puede estar siempre aparejado con los recursos de su acción individual y puede, pues, obtener buenos frutos, a pesar de la carencia de medios materiales y técnicos con que, a veces, tenga que luchar.

[1] “¡Ay del hombre que está solo!” (Ecle 4, 10).

[2] Oeuvres Complètes, P. Lethielleux, Librairie-Editeur, París, vol. XXXIII, p. 349.

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